lunes, 28 de enero de 2008

Días lluviosos.


Y aunque ahora mismo brilla el sol, para mi son días lluviosos.
No son tus lágrimas las que calman mi sed ni es tu mirada la que se come el mundo. Son las gotas de mi mundo disuelto las que caen en mi opaco paraguas, que distorsiona la realidad y me impide ver a lo lejos. Es ahora mi mirada la que ha de comerse el mundo.

Ya no es por ti, es por mi. Los polos opuestos no siempre se atraen, y quien junta dos tóxicos peligrosos corre el peligro de contaminarse.

Yo junté el hambre con las ganas de comer, y pura casualidad, acabé muriendo de frío. Quemé mil mantas a sabiendas que ese fuego se apagaría, pero me dio igual.

Bajo mi paraguas cuento las gotas que quedan por caer para que resurja mi pequeño fénix, para vomitar las entrañas y enfrentarme a ellas, para deshacer los nudos de mi garganta, o quizá fijarme y construir una nueva. Por los altibajos descoloridos de mi humilde razón. La hiperactividad mata a aquel que permanece atado.

Y ahora sopla el viento, y mi opaco paraguas se fue con él. Dejándome el rostro al descubierto y permitiéndome ver.

Dulce desengaño, apuñálame de una vez, deja que me desangre. Porque bajo esta lluvia de un día soleado, pienso volver a nacer.











Más fuerte que nunca, más dura que nadie.